A la mañana siguiente un pequeño rayo de sol penetró por la ventana, él seguía abrazado a mí, mis pies estaban calientes, y aunque no había pasado nada entre nosotros, más allá de la ternura infinita de dormir abrazados, había sido una noche reparadora, no solo porque en sus brazos descansé como no lo hacía desde hace tiempo, sino porque su cercanía, su compañía y su ternura desencadenaron un proceso sanador en mi alma.
Muy despacito para no hacer ruido y que los resortes de la cama no me delataran. Me puse en pie y me cubrí con una cobija que se había caído, antes de salir de la habitación, le di un beso muy suave en la mejilla, él seguía dormido profundamente.
Me asomé al cuarto de Don Gerbacio y él también seguía dormido.
Me dirigí a la cocina y preparé una gran jarra de café; tan pronto estuvo listo, preparé un par de tazas de café con leche y me dirigí a la habitación.
-Buenos días, dormilón.
Él abrió los ojos y sonrió.
-Buenos días, Duende.
-¿Quieres café?
Él asintió.
Le ofrecí la taza, él se incorporó, levantó un poco las cobijas y me invito a que me sentara a su lado bajo éstas.
Me metí bajo las cobijas y me senté a su lado, mientras nos tomábamos el café.
-Sabes, creo que esto se llama felicidad- me lo dijo él de forma tan sincera.
-Sí, yo también así lo creo. Cierra un segundo tus ojos y grabemos este momento en nuestras mentes, grabemos la sensación de la cercanía de nuestros cuerpos tibios bajo las cobijas, el olor del café y su sabor en nuestras bocas, la luz del sol que se cuela por la ventana y que podemos percibir aún con los ojos cerrados... esto es vivir, Fer... Esto es vivir...
Cuando abrí muy lentamente los ojos, su rostro estaba frente al mío, a unos cuantos centímetros...
Sonreí al verlo tan cerca -¿Me estabas viendo mientras hablaba y tenía los ojos cerrados? -le pregunté.
-Sí
-¡Eres un tramposo!
-Quería verte pensar en voz alta.
Ambos dimos un sorbo al café, que seguía muy caliente...
-FER: ¿Quieres besayunar? -sus ojos sea abrieron grandes, mientras escuchaba la pregunta -Perdón, es decir, ¿quieres desayunar? Lo siento, me traicionó el subconsciente- y solté una pequeña risotada.
Él tornó su mirada, con aquella maestría, de inocente a seductora.
-La respuesta es sí a ambas preguntas- me dijo.
-¡Hey!, estaba jugando- le dije mientras sonreía nerviosa.
-Pero yo no, yo lo digo en serio- lo dijo mientras acercaba su nariz a la mía, y me daba un beso suave, húmedo y con sabor a café, en los labios. Tomó ambas tazas de café y las puso en la mesita de noche y se acercó de nuevo y me besó con toda la artillería que estaba a su disposición, me recostó y el beso en cuestión de segundos subió de intensidad, de forma casi automática empecé a sentir un cosquilleo inquieto cerca del ombligo...
-Shhh, los resortes están haciendo mucho ruido-, le decía entre besos y cuando sentí que su mano cálida hizo contacto con la piel de mi cintura, ambos nos detuvimos en seco, al escuchar los pies de Don Gerbacio que se dirigía a la cocina.
Yo me paré de un brinco.
-No te vayas- me lo dijo en un susurro -Espera debo ayudarlo- me regresé y lo besé por unos segundos más, para después dirigirme a la cocina.
-Don Ger, ¡buenos días! Le tengo una gran sorpresa.
-Buenos días niña.
-¿Quién cree que llegó anoche?
En eso apareció Fernando en la puerta de la cocina.
-¡Muchacho!-dijo el ancianito con cara de felicidad al ver a Fernando, quien se acercó y lo abrazó con mucho afecto.
-¿Cómo está Don Ger? Tenía muchas ganas de verlo
-Yo también muchacho, no te imaginas cómo te he echado de menos.
-Don Gerbacio, ya supe lo de Doña Cata, créame, que de corazón lo siento muchísimo, le tenía muchísimo afecto- y lo abrazó con el cariño de un hijo a su padre, mientras Don Ger le decía con la voz quebrada
-Y ella a ti muchacho, te quería muchísimo, siempre dijo que si hubiera tenido un hijo le hubiera gustado que fuera como tú.
-Sabe Don Ger, Duende y yo vamos a pasar la navidad aquí con usted, queremos acompañarlo.
-¿Quién es Duende? -preguntó el viejecito con cierto despiste.
Fernando caminó hacia mí, pasó su mano por mi espalada, abrazándome.
-Duende es esta hermosa señorita.
-Niña ¿te llamas Duende?
-No Don Ger, es este travieso que así me dice por la gorra que traigo para cubrirme del frío.
-¿Dígame si mi Duende no es hermosa? -preguntó Fernando con una cara de felicidad.
-Vaya que lo es y además, hacen una pareja hermosa.
-¡Ya!, me van a apenar, vamos a servir el desayuno...
-Bueno, yo ya había empezado a desayunar... -Dijo Fernando mientras me guiñaba un ojo de forma discreta.
Yo aclaré la garganta.
-Ya sentémonos y desayunemos, que hay muchas cosas por hacer el día de hoy- me ponía muy nerviosa que me flirteara frente a otras personas, porque no podía responderle igual que cuando estábamos solos.
Mientras desayunábamos, platicamos mucho con Don Ger, quien de cuando en cuando tenía ataques de tos intensos.
-Don Ger, si me lo permite, quisiera llevarlo a que lo revisara un Doctor- le dijo Fernando.
-No, muchacho, ya me han visto un par de médicos, y me han dado medicina, y esto no cede y está bien, no quiero detener el tiempo, yo lo único que deseo es estar con mi Cata.
-No diga eso Don, usted está muy fuerte todavía, le quedan muchos años por delante.
-Ni lo digas, mi misión en este mundo ya ha sido cumplida, ya estoy aquí por horas extras y por la alegría de verlos juntos a ustedes dos el día de hoy, solo por eso.
Él y yo nos vimos a los ojos, había preocupación en las miradas, pero también entendíamos el sentir de Don Ger.
-Bueno, pues, pongámonos manos a la obra, que hay mucho que cocinar y que preparar para la Noche Buena.
Pusimos en el teléfono villancicos navideños para alegrar el ambiente.
Don Ger se veía feliz, aunque sus ojos no mentían sobre su profunda tristeza.
Fernando fue y consiguió leña y encendió la chimenea, inmediatamente la casa se sintió más cálida y confortable.
Don Ger dormía mucho, comía algo y regresaba a dormir, básicamente así transcurría su vida.
-Duende, me preocupa nuestro viejo. Hay demasiada tristeza en su semblante.
-Sí Fer, a mí también me preocupa.
-Estoy pensando... Debemos llevar a Don Ger a consultar y de ser necesario hay que hospitalizarlo. No me gusta su tos, parece neumonía.
Sí, yo también lo creo. Vamos a cenar hoy aquí, que eso como nos dijo, le hace mucha ilusión y mañana lo convencemos de internarlo para que lo puedan atender.
-Sabes, me da mucha paz estar a tu lado.
-A mí también... -le respondí, mientras me rodeaba con sus brazos.
-Y no se me ha olvidado que tenemos algo pendiente...
-¿Algo pendiente?
-Sí señorita Duende -y me apretó suavemente la nariz, para después darme un beso -Usted y yo tenemos algo pendiente- de solo imaginarlo un calor intenso se encendió dentro de mí.
-Caballero, usted me pone muy nerviosa-
-Y la voy a poner más, usted nada más espéreme tantito- y soltó tremenda carcajada.
-Yo lo espero todo lo que usted necesite... pero...
-¿Pero? -respondió él intrigado
-Lo dejaré con la duda- y le guiñé un ojo.
Entre más pasaban las horas, más crecía el deseo mutuo, que se traducía en miradas, en besos robados, en pequeñas caricias súper sensuales.
...
Más tarde armamos un pinito sintético que encontramos en la bodega y le pusimos una serie de luces que también estaba ahí, el ambiente era ahora mucho más acogedor y cálido.
Cenamos los tres juntos, fue una noche de anécdotas, risas, recuerdos, algunas lágrimas e inclusive un baile de tres, bailamos un poco, antes de que la tos atacara de nuevo a nuestro viejito.
-Muchachos, yo no tengo cómo pagarles el que hayan hecho esta noche tan especial y bonita, y sobre todo que la hayan compartido con este viejo. Me voy a dormir satisfecho y feliz de haber coincidido con ustedes en esta Noche Buena y de que Dios me diera la dicha de conocerlos y de que fueran parte de mi vida. Ya me voy a retirar a dormir, estoy muy cansado.
-Yo lo acompaño Don Ger.
-Yo voy con ustedes- dijo Fernando.
Acostamos al viejecito, lo cubrimos de cobijas, y la chimenea de su habitación fue avivada por más leña que trajo Fernando. En cuestión de minutos, Don Gerbacio ya roncaba y dormía como un bebé.
Cerramos la puerta de la habitación y regresamos a la cocina.
-Gracias por quedarte Fer, gracias por hacer esta noche especial para Don Ger.
-Es lo menos que podía hacer, yo lo aprecio muchísimo, me recuerda mucho a mi abuelo.
Yo empecé a lavar los trastes y él los iba secando, estábamos en silencio, había un tipo de tristeza en el ambiente que las palabras no podían llenar.
Al terminar, me dio la mano y nos fuimos a sentar frente a la chimenea de la sala.
-Sabes, hoy que escuchaba a Don Ger platicar sobre sus anécdotas de vida, me di cuenta de la importancia que tiene el amar a alguien desde el corazón, desde la compañía y la complementariedad, tan difícil de encontrar a veces- me dijo.
-Sabes Fer, yo no sé qué somos tú y yo, y tampoco me interesa ponerle una etiqueta, yo solo sé que siento muchas cosas hermosas cuando tú estás cerca, sé que me das paz, que me das cariño, protección, que despiertas un lado deliciosamente salvaje e instintivo en mí, que a tu lado, la vida parece mucho más sencilla, no sé qué somos, tal vez estamos inventando una nueva forma en la que dos seres humanos se pueden conectar, más allá de los cánones establecidos por la sociedad.
-Me gusta mucho eso... Me gustas mucho tú, pero no solo me gustas, te quiero de esa forma que acabas de describir, tan única, tan irrepetible y además despiertas todos mis instintos de hombre, quiero protegerte, quiero cuidarte, quiero hacerte mía...
Y la respiración de ambos empezó a volverse un poco más rápida, mientras entrelazaba su mano con la mía y con la otra me acariciaba el cabello, y así despacito, con una prisa que nos consumía, pero a la vez con una deliciosa paciencia que se disfrutaba gota a gota, nos besamos, y por primera vez nuestras manos saciaron la ansiedad de tocar suavecito y bajo la ropa, la piel tibia del otro, y los besos que iniciaban en el cuello, continuaban en un descenso sin prisa pero sin tregua, hacia los lugares más inexplorados, recorriendo territorios nuevos, retirando prendas que detenían por segundos el proceso de exploración, y dejando con nuestros labios, rastros de besos que nos iban llenando del sabor del otro.
Él era un hombre experimentado, un lector experto en ternura y en reacciones instintivas, *catador* de gemidos e intenciones sutiles, un calibrador nato de emociones y, por lo tanto, supo identificar con precisión total, el momento en el que estaba lista para recibirlo, no solo a nivel álmico, sino también a nivel físico. Su amor me embistió de forma piadosa, pero a la vez tremendamente decidida, y sus movimientos me iban catapultando al cielo, a su cielo, a nuestro cielo. Yo sentía que ya no podía más de tanto amor, de tanta ternura, de tanto deseo que sentía por él, hasta que me desvanecí en sus brazos, en esos brazos que me protegían y me hacían saber que estaba en el lugar más seguro del mundo.
Y de nuevo dormimos abrazados, pero ahora nos conocíamos mucho más, el uno al otro.
...
La mañana siguiente, el rayito de luz entró por la ventana y nos encontró abrazados, exhaustos, enamorados. Bajo las cobijas, Con mi dedo índice recorrí como dibujando, cada uno de sus contornos, apenas podía creer que estuviera ahí con él.
Me puse en pie para hacer café.
Preparé una taza y fui a dejársela a Don Ger, me llamó la atención que continuaba dormido en la misma posición en la que lo habíamos dejado la noche anterior.
-Don Ger- le dije suavecito, mientras tocaba su hombro que seguía oculto bajo las cobijas -Don Ger, buenos días, le traje cafecito.
Pero él no respondía. Su falta de reacción me empezó a preocupar -Don Ger, ¿está usted bien? -lo moví con un poco más de fuerza, pero seguía sin responder. De forma instintiva puse mi mano en su frente y estaba fría.
El corazón empezó a latir con rapidez, corrí a buscar a Fernando.
-Fernando, rápido, Don Ger no responde- Él se puso de pie en un brinco y ambos corrimos hacia la habitación, él lo destapó con cuidado y puso un par de dedos en la yugular de Don Ger, para poder sentir los latidos. Al no sentirlos, puso su oído directamente en su pecho y su mano cerca de su nariz, para comprobar la respiración.
Si piel ya estaba fría.
-Duende... nuestro viejito se nos fue, se nos ha adelantado- me dijo mientras nos abrazábamos y llorábamos de dolor por él, pero a la vez por saber que él ya estaba en el lugar que quería estar, con Doña Cata, su amor eterno.
Con todo el dolor que invadía nuestra alma, hicimos todas las gestiones necesarias. La autopsia de ley arrojó un ataque al miocardio. Ese día, después del sepelio al que acudieron muchos amigos de Don Ger, todos en su mayoría ancianitos, regresamos a la cafetería. Ahora parecía un lugar tan grande, tan solo y mucho más frío que hace algunos días. Nos sentamos frente a la chimenea por muchas horas, a grandes ratos estábamos en silencio, otros tantos contábamos anécdotas que teníamos con Don Ger, y entre lágrimas nos sacaban alguna sonrisa.
Dos días después se leyó el testamento.
Don Ger había dejado la cafetería a Fernando, a quien según lo decía en su testamento, era para él como un hijo, solo le pedía en el mismo testamento, que no la vendiera, que continuara llenando de café la vida de sus amigos, ya fuera que la operara él o que contratara a alguien más para que lo hiciera. Fernando estaba conmovido hasta las lágrimas.
Ese día regresamos a la casa-cafetería después de la lectura del testamento.
-¿Y qué piensas? Le pregunté
-No puedo estar más agradecido a la vida por tanto cariño, por tanto amor.
-¿Y sobre la cafetería? ¿Vas a contratar a alguien para que la opere?
-Tal vez, esto que te voy a decir, te va a parecer lo más loco, pero yo quiero operarla... Claro, para ello necesitaré una socia.
-Pero tú tienes una vida hecha en otro lugar... -le dije
-Sí, pero cada día tengo la oportunidad de reinventarme, de empezar de nuevo, de buscar nuevas formas de ser feliz... Yo sé que tú también tienes una vida hecha en otra parte...
-Bueno una vida que ahora está medio resquebrajada y en proceso de reconstrucción.
-Vente conmigo Duende, vamos a iniciar de cero aquí, alejados del mundo y de todo lo que conocemos hasta el momento...
-Pero tú tienes una carrera... y yo también.
-Sí, pero antes de eso soy un hombre, un ser humano, ya he conocido el éxito, el triunfo, la gloria y ahora conocí la paz infinita de estar aquí a tu lado, el anonimato y la tranquilidad tras el calor de una taza de café bien hecha, el cariño incondicional.
Yo lo escuchaba y lo observaba atenta, había tanta luz en sus ojos, mientras hablaba.
-Duende, mis brazos están abiertos para protegerte y darte cobijo, para llenarte de amor, pero la decisión solo es tuya. No respondas ahorita si no quieres, piénsalo, sé que eso significa dejar muchas cosas atrás y empezar una nueva historia, en este último trayecto que nos queda de vida, ahora desde la adultez. Piénsalo, yo te quiero y sabré entender la decisión que tú tomes.
Yo solo guardé silencio, mientras nos abrazábamos.
A la mañana siguiente me desperté muy temprano, él no estaba acostado y un sutil olor a café llegó hasta mi nariz.
Era Fernando haciendo pruebas con las máquinas de café.
-¡Buenos días!- le dije mientras me acercaba y lo abrazaba por detrás, mientras le acariciaba el tórax -Entonces, ¿a qué horas abrimos la cafetería socio?
Él volteó con una sonrisa enorme que iluminaba su cara.
-¿Es en serio?
-Sí, es en serio- le dije con una alegría que no me cabía en el alma, con la certeza de saber que estaba tomando la decisión correcta.
Me abrazó tan fuerte y tan tosco que hasta me elevó del piso, como sólo él sabe hacerlo, con esa masculinidad y esa ternura, que a mí me desarmaban.
-Socio, ¿cuánto es el capital que deberé aportar?
-¿El capital?
-Ajá
-Bueno, esas cuestiones podemos arreglarlas noche a noche, con caricias y con... ¿No sé si estarás de acuerdo con los términos del contrato?
-Ayyy, bueno, definitivamente esos términos me parecen muy *convenientes*, muy bien estructurados, sumamente convincentes, sin duda maravillosos y tremendamente sexys... -Y me lanzó esa mirada que empezaba a conocer y que me hacía generar una energía interior en ebullición que me enloquecía -pero antes tenemos que brindar y para ello te voy a preparar el café amor.
-¿El café amor? Y ese ¿cómo es?
-Es un café afrodisiaco, Don Ger me dio la receta.
-¿Afrodisiaco? Y ¿tú crees que lo necesito? Porque yo creo que no.
-Bueno, definitivamente no lo necesitas ayyy, no me pongas nerviosa... Pero es que no podemos ofrecer a los clientes algo que no hemos probado.
-En eso tienes razón, y mientras preparaba el café amor, él me iba besando el cuello y me susurraba cosas al oído que despertaban mi imaginación. Cuando estuvo listo, tomamos el café amor de golpe y wow, wow, wow, el pudor me impide contar los detalles, solo diré que ese café amor es una maravilla... Una verdadera maravila.
Dejo aquí de nuevo la receta.
Y ese día en la tarde, la cafetería abrió sus puertas de nuevo al público, hicimos algunos ajustes en el nombre de la cafetería, ahora se llamaba: *Café del cielo de Ger&Cata*. La sencillez de esa vida y el amor en común, fueron dos ingredientes mágicos, no solo para el café, sino para él y para mí para nuestra plenitud y felicidad como seres humanos.
Fin.
Mil gracias a quienes se tomaron un tiempo para leer esta historia, que definitivamente no fue breve. Ojalá que la hayan disfrutado tanto, como yo lo hice al escribirla.
FER: Gracias por ser, por estar y por despertar eso que despiertas en mí. Te pasas, de verdad que te pasas, pero por mí síguelo haciendo, porque esa magia tuya es sanadora e increíble, te adoro.
FER: te ofrezco una disculpa si me pasé de lanza, pero debo confesar que me contuve (que si no me hubiera contenido, ufff...) Te amo FER, feliz navidad.
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