El equipo de Colunga Team y yo te damos la Bienvenida a nuestra casa. Deseamos que te diviertas y que convivas con respeto y cariño con los demás integrantes de nuestra gran Familia.
(Relato de Scarlett)
Parte 3 - Lo prohibido
Pasan los días y Leo y Elena se evitan el uno al otro, para no dejarse arrastrar por el torbellino de pasión que ambos temen.
Una tarde, María le comentó a su marido Ramón:
-Algo anda mal con Elenita, antes me acompañaba a todas partes y ahora siempre tiene una excusa; tampoco llama.
El bonachón de Ramón, un ser de una actitud bien relajada que poco le perturbaba aunque le prendieran un petardo, al escuchar a su mujer, esta vez se agitó, desde luego, a su manera; quería a su sobrina, era la hija que nunca tuvo. Levantó la vista del periódico que leía y se acomodó mejor en su butaca para responderle.
-Yo también echo de menos sus visitas, la verdad que me comienza a preocupar. A Leo que vaya a verla por si necesita algo. Esa muchacha siempre está sola desde que quedó huérfana; hay que estar pendiente que no le pase nada.
-Se lo dije a Leo, pero se hizo como el que no me oía y no me hizo caso (se lamentó María).
Pero Ramón ya se había perdido nuevamente en su propio mundo y tampoco la escuchó.
A María le ha estado preocupando el distanciamiento tan raro de los muchachos desde hacía años. Le constaba que antes ellos eran como uña y carne. Pensaba que con el reencuentro volverían a ser como antes, pero no había sido así, y tanto Leo como Elenita le evadían el tema.
-¡Algo ha pasado! (pondera María para sí). Y ¿si Leo se atrevió a divulgarle a Elenita su preferencia sexual?, y, ¿ahora se evitan porque se sienten incómodos con la revelación?
-Pero no, ésas son sólo suposiciones mías. No debo hacer conjeturas precipitadas (se reprocha).
Por otro lado, a María también le embargaba la sospecha de que el abuelo podría tener razón. Era algo que le venía rondando en la cabeza. Siente una gran angustia que le oprime el pecho, y se promete a sí misma, sin mucha convicción:
-No. ¡No puede ser!, si ellos son como hermanos. Apartaré ese pensamiento de mi mente, no me dejaré influenciar por papá.
Mientras tanto, el abuelo sigue cavilando sobre lo mismo, como un perro sabueso que cuando agarra la presa no la suelta.
-María, soy yo, tu papá (llamándola por teléfono).
-Papá, ¡hola!, ¿cómo estás?
-Hija, aquí dándole vueltas al asunto que te comenté sobre Leo y Elena. ¿Has notado algo?
-Papá, no sé, creo que algo no anda bien, pero Leo es tan reservado. Desde el viaje a la finca, ellos como que se evitan, y tú sabes cómo eran de unidos.
-Hija, seré viejo pero no tonto. Esos dos están enamorados, pero son buenos muchachos, y, como buenos cristianos, saben que lo que sienten es inmoral. Sería bueno que Leo se regresara al extranjero lo antes posible.
-Papá, tal vez tengas razón. Es tiempo que yo tenga una larga conversación con él.
Pero no hubo tiempo para esa conversación. Leo ya había decidido marcharse, pues cada día sin Elena se le hacía intolerable. Era paradójico, se quemaba por dentro al saberla tan cerca, y, a la vez, sentía la fría realidad que los separaba. Mejor era poner distancia por medio aunque sabía que no podría enterrar su amor.
Pasaron días antes de que Elena se enterara que Leo se había marchado de nuevo al extranjero. Sintió que se le partía el corazón al saberlo. Él se fue sin despedirse a pesar de lo que habían compartido sus corazones. Ella sabía que su amor era un imposible, pero aun sabiéndolo, mantenía la ilusión viva como mantenía la ilusión de los Reyes Magos; abrigar esa ilusión era un consuelo en su soledad.
Leo había vuelto a sus múltiples obligaciones de negocios que lo mantenían ocupado todo el día. No quería pensar, pero de noche era otra cosa, porque los recuerdos lo tomaban desprevenido y lo atormentaban. Despertaba angustiado pensando en Elena, sin poder dormirse de nuevo. Temía a sus noches de martirio, y una de esas noches decidió llamar a Elena.
-¿Leo?, ¿eres tú?
-Sí, Elena, soy yo (con voz quebrantada). No puedo dormir pensando en nosotros. Pienso que si oigo tu voz lograré conciliar el sueño.
-Leo, ¡calla! Ese tema es prohibido.
A Leo se le escapa un suspiro desde lo más profundo de su ser, como si todo lo que guardaba en silencio quisiera brotar a gritos. Se siente impotente ante la realidad.
-He callado por mucho tiempo, Elena. Sé que lo nuestro no puede ser, pero oír tu voz me consuela. Siento un remanso de paz cuando te oigo.
-Leo, ¡no hables!, no es necesario, te entiendo perfectamente.
Y aquellas llamadas nocturnas se volvieron frecuentes y servían de bálsamo en sus vidas solitarias. Hablaban de cosas triviales mientras sus corazones comulgaban amorosamente.
(¿Qué les deparará el destino a estos amantes desafortunados? No te pierdas mañana jueves la cuarta parte de este relato).