En tiempos de influenza, el servicio del sexo en la ciudad de México
sigue su marcha entre la incredulidad, el enojo y algo de miedo de
quienes los prestan.
Aunque en el país hace días la pandemia fue declarada, en las zonas
donde se concentra la prostitución no hay alertas. Cuando mucho, se
usan cubrebocas, que no bastan para ocultar las sonrisas. Para las y
los trabajadores sexuales la verdadera contingencia es que sus ingresos
disminuyeron hasta un 50%.
“Somos la población olvidada”. Esther deja fluir estas palabras con
todo el enojo que puede guardar su cuerpo bajito, enfundado en un
vestido negro. “Si la influenza es tan grave como dicen, ¿por qué no ha
venido una brigada de salud a repartir tapabocas, a realizarnos
pruebas?”. Su pregunta tiene también una fuerte carga de incredulidad.
Trabaja en los alrededores del metro Revolución. En la zona hay más de
20 trabajadoras sexuales. Como ella, la mayoría no cree que exista la
epidemia. “Sólo asustan a la gente y a los clientes”, dice a su vez
Cristina, quien al igual que algunas de sus compañeras es madre soltera
y se pregunta: “¿cómo vamos a mantener a nuestros hijos?”.
En México no hay datos sobre cuántos hombres y mujeres se dedican al
trabajo sexual. Pero no es una población menor. Cifras presentadas en
2008 en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal establecen que
sólo en la ciudad de México hay alrededor de 40 mil personas que
ejercen prostitución.
Nuevos hábitos
En la esquina de Orozco y Berra, colonia Lindavista (Distrito
Federal), Carla trata de convencer a un cliente. No lo logra. “No hay
gente en la calle. Esto está muerto”. Ella no es escéptica. “Me estoy
cuidando, todos los días tomo Aderogil y Redoxón con jugo de naranja”.
Enfermarse es un lujo que no puede darse: “Primero veo que el cliente
no esté enfermo. Si tiene gripa, no acepto. Además, nada de que esté
encima de mí, evito su aliento, sólo acepto algunas posiciones que son
menos riesgosas. Le pido que se lave las manos antes y después”.
El martes 28 de abril, asegura, funcionarios de la Secretaría de
Salud del DF (cuyos nombres olvidó) ofrecieron una plática a las
trabajadoras sexuales. “Sólo nos dijeron que tomáramos precauciones. Y
que si era necesario, nos iban a sacar”.
Cinthya también asistió a la plática, y eso la decidió a usar
guantes durante uno de sus servicios. No le fue bien, “el cliente se
enojó, pero ni modo. Si no nos cuidamos nosotras, nadie lo va a hacer”.
Carla y Cinthya aceptan que sólo algunas de sus compañeras se cuidan
para evitar un contagio de influenza. “Si muchas no se cuidan para
evitar el VIH, ¡menos se van a cuidar con esto! Si un cliente les
ofrece 100 ó 200 pesos más, aceptan no usar condón”.
La pasarela de Santo Tomás
Son las dos de la tarde. En la calle de Santo Tomás nadie se acuerda
de una de las principales recomendaciones sanitarias. Esta pequeña
arteria, a una cuadra de Anillo de Circunvalación, en los alrededores
de La Merced, es sede del único espectáculo multitudinario que no ha
sido cancelado: cerca de 30 trabajadoras sexuales realizan una
pasarela, invitando a sus espectadores a hacer algo más que mirar. Son
pocos los que aceptan. Este es el reino de los voyeur. Quizá sean 150 ó
más quienes se apiñan en este reducido espacio, pero menos de 10 llevan
el trozo de tela azul sobre su boca.
Cerca, en la avenida San Pablo, una mujer alta y delgada termina su
paleta helada. Lleva un vestido rosa que combina con sus zapatillas de
plataforma. Dice que cobra 150 pesos. “¿Qué precauciones tomas para
evitar un contagio?”. Se ofende: “¡Claro que me cuido. Si quieres uso
tapabocas!”.
“No existimos para el gobierno”
Alejandra Gil preside la Asociación Pro Apoyo a Servidores Sexuales,
que forma parte de la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y
el Caribe. Ella representa a algunas de las trabajadoras sexuales de
Sullivan, Buenavista y de ciertos estados del país. No se explica por
qué ninguna caravana de salud ha ido a los lugares donde se ejerce el
trabajo sexual. “Para el gobierno no existimos en el planeta; sólo
existimos cuando nos quieren afectar, cuando nos involucran en la trata
o en la prostitución infantil, pero cuando pueden hacer algo para
nosotros, no lo hacen”.
Asegura que, sin embargo, los y las trabajadoras sexuales toman sus
propias precauciones, para lo cual les dieron, ella misma y un médico
voluntario, pláticas durante los primeros días de la emergencia. “Se
recomienda no tener un contacto directo, cara a cara, con los clientes.
También se sumó el uso del líquido antibacterial y se les dijo que no
se estuvieran agarrando la cara o se tallaran los ojos”.
La activista añade que las medidas de precaución recomendadas a sus
compañeros esta vez se suman a las que ya toman en forma cotidiana para
evitar contagios de VIH y otras enfermedades: “Nunca hay besos, siempre
se usa el condón y nos lavamos las manos antes y cuando terminamos una
relación”.
“No hay que creerles todo”
Las calles de Cadiz y Aragón, casí esquina con Tlalpan, contrastan
con el resto de la ciudad. Ahí hay congestionamiento vehicular. Los
autos pasan lo más lento posible. Son las 6 de la tarde y hay cerca de
15 trabajadoras sexuales en cada una de estas calles. Al conductor del
Tsuru que se detuvo para preguntar por el costo del servicio, sólo se
le miran sus pequeños ojos; es lo único que no cubre su mascarilla. “Te
cuesta 500, pero te lo dejo en 450. Incluye posiciones y francés”. El
conductor pregunta si no importa la influenza. Sandra sonríe con
picardía: “No hay que creerles todo”.
Sandra no acepta la entrevista porque está trabajando. Quien sí
accede es la mujer que observa desde una silla en la banqueta. Cuenta
que ellas pertenecen a Brigada Callejera, organización que brinda
servicios de salud a quienes ejercen el trabajo sexual. El martes 28 de
abril, dice, representantes de un centro de salud las convocaron para
una plática sobre influenza, pero “nos negamos a escucharla, no nos
interesó porque viene del gobierno… Lo que están haciendo es una tela
[de humo] para subir las cosas. Al rato nos van a decir que Pemex ya es
de Estados Unidos”.
Enumera los exámenes y chequeos que se realizan “las muchachas”,
gracias a Brigada Callejera: “Se hacen exámenes de VIH, del virus del
papiloma... Para nosotras es más fuerte el VIH, por eso todas usan
condón y siempre se lavan las manos antes y después de un servicio. No
es tan bonito agarrar a otra persona que uno no sabe qué trae”.
También tiene un reproche: “Con esto sólo bajó la clientela”.
Salud y derechos
Desde que se creó la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y
el Caribe, en 1997, uno de sus reclamos a los gobiernos ha sido que se
brinden servicios de salud y programas de prevención a quienes ejercen
el comercio sexual, sobre todo porque representan una población en
mayor riesgo de contraer enfermedades.
En su página de internet, la red señala que “el estigma y la
discriminación asociados con el trabajo sexual han contribuido a
mantener a las trabajadoras sexuales lejos de los servicios de salud y
de los programas de prevención”. Por ello, tiene entre sus objetivos
lograr acceder “a una atención integral de nuestra salud y no solamente
de nuestros genitales”. En tiempos de emergencia sanitaria por una
epidemia, su reclamo es vigente como nunca.
“Le tenemos más miedo a los policías”
Son casi las 12 de la noche y en la calzada Pantitlán (ciudad
Nezahualcóyotl) se antoja insípido el table dance denominado El sabor
de la noche. Otros table de la zona prefirieron no abrir. Quienes no
paran son los travestis que, en pequeños grupos, se reúnen a lo largo
de la avenida. Para ellos, la influenza no representa un riesgo; “le
tenemos más miedo a los policías”, dice uno de ellos, que solicita
anonimato. Cuenta que policías municipales y estatales por lo menos una
vez a la semana los amenazan y extorsionan. “De ellos sí que tenemos
que cuidarnos…. Sobre el virus no estamos tomando precauciones… ¿Cómo
vamos a creer si nos han engañado tanto en otros sexenios?”.
La misma incredulidad la tiene Chenoa. Trabaja en Sullivan y asegura
que sí toma precauciones, pero para evitar que la contagien de
cualquier otro virus. Mientras habla de su desconfianza hacia el
gobierno, se acerca una mujer para compartir un cigarro y platica que
está en alerta porque “dijeron que nos iban a quitar”. Chenoa, con
tranquilidad, le responde: “Si nos quitan, que nos paguen lo que
ganamos al día, como le van a hacer con los meseros. Además, si no nos
quitaron cuando vino el Papa, ¿tú crees que nos van a quitar ahora?”.