El equipo de Colunga Team y yo te damos la Bienvenida a nuestra casa. Deseamos que te diviertas y que convivas con respeto y cariño con los demás integrantes de nuestra gran Familia.
Capítulo
102
L a casa estaba en silencio y el patio interior
se encontraba vacío. Matilde buscaba a Manuelito que se había escondido jugando
con ella. Al salir del despacho para ir hacia el salón a buscarlo se encontró
con Adolfo que había entrado sin anunciarse.
_ Adolfo, ¿qué haces aquí?- le preguntó Matilde
extrañada.
_ Vine a verte. A decirte que ya no puedo vivir
sin ti y que he venido a llevarte conmigo, para que cumplas lo que me
prometiste- le respondió él con una sonrisa triste.
_ ¿Irme contigo, adónde?- no comprendió ella
_Al norte
_ ¿Acaso estás loco, Adolfo? ¿Cómo puedo irme
contigo si Manuel está aquí?
_ No, Matilde- otra voz se oyó en el patio-
Manuel está muerto.
Matilde se volvió para ver a sus espaldas a
Ramón que reía con expresión satisfecha.
_ No, mienten. ¡Están mintiendo!- gritó Matilde
y trató de ir hacia la seguridad dela escalera, pero los brazos de Adolfo se
aferraron a sus hombros impidiéndole huir.
_ No es mentira- respondió Ramón y su cara se
desfiguró en una mueca de odio- Ese perro pagó con su vida el atreverse a
entrar en nuestra sociedad siendo un bastardo. Pagó sus aires de suficiencia y
superioridad. Murió como un cobarde que era.
_ Vamos, Matilde, ven conmigo. Desde este
momento eres mía. Ya nada nos podrá separar- le dijo Adolfo mientras trataba de
llevarla hacia la puerta abierta de la calle.
_ ¡No, suéltame Adolfo, suéltame! Es mentira,¡
Manuel no está muerto, no!. Manuel es toda mi vida; él prometió volver..., me
lo juró. ¡Suéltame, Adolfo, suéltame! ¡No, Manuel, Manuel,....Manuellllll!
Matilde se revolvía entre las manos que la
sostenían y lloraba tratando de soltarse. Escuchaba la voz de Adolfo llamándola
cada vez más fuerte y en su confusión de repente la voz cambió y era la de Manuel que la llamaba y la
sacudía suavemente repitiendo su nombre para que despertara.
_ ¡Matilde,
Matilde despierta!
Con un
último grito Matilde despertó y vió el rostro asustado de su esposo que la miraba con preocupación. Los
gritos lo habían despertado.
_
Manuel- dijo Matilde y se echó a llorar abrazada fuertemente a él.
_Tranquila
mi amor, tuviste una pesadilla. Fue solo un mal sueño- la consoló acariciando
sus cabellos para retirárselos del rostro y besar sus lágrimas y sus labios y
así lograr que se calmara- Tranquila, estamos juntos, nada malo te va a pasar.
_ ¡Me
dijo que estabas muerto!- sollozaba Mati con el rostro escondido en su pecho-
Quería llevarme lejos.
_ Fue
una pesadilla- la calmaba Manuel- Mírame bien, estamos juntos y no estoy
muerto. Te tengo en mis brazos y no te voy a dejar nunca, nunca.
_
Prométemelo, prométemelo. Júramelo, júramelo- le suplicó Matilde mirándolo.
_ Te lo
juro- le contestó Manuel y besó sus manos y sus labios temblorosos- Nunca te
haría algo así otra vez. Tienes que creerme, tienes que confiar en mí y dejar
de preocuparte. Estamos juntos y esta vez es para siempre. Te lo prometo.
¿Confías en mí?
_ Si-
sonrió ella- Te amo tanto, Manuel, tanto.
_ Y yo a
ti mi vida, mi amor, mi Matilde.
_ ¡Hazme el amor Manuel!
Y con
mucha dulzura le hizo el amor.
A la
mañana siguiente cuando Manuel abrió los ojos lo primero que vio fue el rostro
de su adorada esposa que descansaba a su lado tranquilamente. Era hora de
levantarse, pero Mati dormía tan apacible después de la terrible pesadilla de la noche anterior
que no quería despertarla. Necesitaba descansar. Habían hecho el amor con una
ternura y una dulzura infinita y todavía después de lo que habían compartido y
de haberse dormido estuvo con estremecimientos nerviosos durante largo tiempo. Un movimiento de ella lo hizo mirarla.
Matilde lo observaba aún medio dormida.
_ No te despiertes todavía, es temprano- le
susurró con dulzura mientras la besaba- Duerme un poco más.
_ No,
quiero desayunar contigo- le respondió
Matilde mientras lo besaba.
_ De
acuerdo, pero antes voy a revisarte y ver como marcha el embarazo. Ya después
podemos ir a desayunar.
_ ¿Es
necesario? Me siento perfectamente- protestó Mati
_ Si –
no cedió Manuel- No tienes buen aspecto y no quiero correr riesgos
innecesarios.
_ ¡Oh!
Está bien. Es una lata estar casada con un doctor- se resignó con un suspiro
teatral.
Poco
después Manuel terminaba de reconocerla y contento porque todo estaba muy bien
bajaron juntos al comedor. Doña Prudencia dormía aún y Manuelito, cansado del
viaje no despertaba todavía. Manuel personalmente le sirvió el desayuno a su esposa
y comieron entre risas y miradas encendidas. Casi al final del desayuno le dijo
tomándola de la mano y mirándola con la ilusión reflejada en el rostro:
_
¿Quieres que salgamos de paseo al campo?
_ Si-
respondió ella con alegría- Esperamos a que despierte Manuelito y nos vamos.
_ No.
Iremos tú y yo solos, como cuando empezamos a amarnos- le contradijo con mirada
pícara.
_ ¡Ay,
Manuel! Está bien, como tú quieras- se ruborizó sonriendo
_ ¡Ay,
Matilde, mi Matilde! No sabes cuánto te amo y como te adoro al ver como todavía
te sonrojas- le dijo Manuel levantándose y rodeando la mesa para abrazarla por
detrás y darle un beso tras la oreja.
Ambos
salieron juntos del comedor y en el pasillo se separaron: Manuel fue a darle
unas instrucciones a Silvano y mandarle una nota a su padrino notificándole la
llegada de su esposa y su hijo y que ya no iba a Ciudad Trinidad; y Matilde fue
a la cocina donde junto a la cocinera y Seferina prepararon una canasta con
viandas para el día en el campo. Luego fue en busca de su sombrero y una
sombrilla y al bajar la escalera encontró a Manuel que hablaba con Silvano al
pie de la escalera.
_ Buenos
días, niña- le saludó Silvano al notar su presencia
_Buenos
días, Silvano- le saludó
_
¿Lista?- preguntó Fuentes Guerra
_ Cuando
quieras
_ Nos
vamos Silvano, ya sabes que hacer.
_ Vete
tranquilo- le aseguró éste.
La
campiña lucía todo su esplendor. El cielo azul solo tenía pequeñísimas motas de
algodón surcándolo y las aves cantaban con alegría en los frondosos árboles.
Matilde pensaba que irían al mismo lugar de siempre, pero Manuel se dirigió
hacia el río. Caminaron un buen trecho y llegaron al final del sendero. Fuentes
Guerra bajó de un salto y tomando a Matilde de la cintura la dejó en el suelo.
Ella miró a su alrededor.
_ ¿Dónde
estamos? Nunca había visto este lugar.- exclamó Matilde
_ Nunca
habíamos tenido tiempo de venir aquí- le explicó Manuel bajando las cosas del
coche- y pensé que te gustaría.
_ Es muy
hermoso- acordó Mati.
_
Todavía hay más- le anunció Manuel feliz- ¡Vamos!
Tomándola
de la mano caminó por entre las malanguitas de grandes hojas bajando con
cuidado hasta casi tocar el agua del río que se desplazaba haciendo remolinos y
blanca espuma en unos pequeños rápidos para luego desembocar en una especie de estanque natural donde las aguas
se aquietaban. Grandes árboles daban sombra y el aire estaba fresco y perfumado
por cientos de florecitas silvestres. Largas lianas se descolgaban de las ramas
y algunas llegaban a tocar el agua.
Matilde
lo miraba, todo asombrada de que existiera tanta belleza, mientras Manuel
tendía el mantel sobre un lecho de hierbas y entre las flores.
_ ¿Te
gusta?- le preguntó tomándola de las manos y mirándola a los ojos que brillaban
llenos de felicidad.
_ ¡Es
bellísimo, Manuel!- exclamó ella sin poder creerlo y sentándose.
_
Descubrí este lugar un día que pasaba por aquí de regreso de Santa Rita y me
entretuve pensando en ti, aflojé las riendas y mi caballo escogió solo el
camino. Aquí fue donde encontré las orquídeas que te mandé antes de nuestra boda a Ciudad Trinidad- le
contó Manuel.
_ Es tan
hermoso – le dijo Matilde.
_ No sé
porqué me hace pensar en ti- le explicó él- Es bello, perfecto; tranquilo en la
superficie pero con una fuerza oculta que denota la pasión de la naturaleza.
Exactamente como tú eres mi amor.
_ ¡Ay,
Manuel! Eres tan dulce conmigo. Te amo tanto- le confesó Matilde besándolo con
dulzura.- No puedo creer que estemos juntos y que nada atente contra esta paz
que empiezo a sentir.
_ Ya
nada podrá separarnos. Creo que Dios ya nos ha sometido a suficientes pruebas
para ver que tan fuerte era nuestro amor y que ya estará satisfecho. Incluso
pienso que tantas penas eran necesarias, Si, si, Matilde-detuvo el gesto de
protesta que tal afirmación hacía salir de los labios de su esposa- Dime algo y
quisiera que fueras sincera, ¿me amarías igual si nuestra vida de casados
hubiera sido común y corriente? ¿Si la vida no hubiese puesto obstáculos en
nuestro camino que nos obligaran a mostrarnos tal cual somos, no hubieras
seguido enamorada de Adolfo Solís?
Matilde
lo miró unos instantes fijamente y en silencio meditó en lo que le había
preguntado.
_ Tienes
razón. Lo que me hizo enamorarme de ti fue que eres totalmente distinto a los
hombres que conocía. Aquellos se la pasaban jactándose de cosas que iban a
hacer o dizque habían hecho; pero que no se veían por ninguna parte- lo tomó de
la barbilla y lo miró fijamente a los ojos para continuar- Adolfo fue una
ilusión. El primer amor en forma de alguien que podría ser aceptado por mi
padre y que tenía muy buenos sentimientos. Era dulce, gentil, caballeroso,
delicado, tierno. Sus pláticas siempre eran adecuadas y si alguna vez hizo algo
indebido creo que fue más por la desesperación al saber que otro había logrado
borrar su lugar de mi corazón. Pero tú,... tú desde el primer instante en que
nos conocimos me hiciste sentir distinta.
_ ¿Distinta?-
se extrañó Manuel- ¿Por qué?
_ No
encajabas en nada que yo hubiese conocido antes. Yo no había tenido muchos
tratos con hombres a parte de Renato, Humberto y algunos de sus amigos y Adolfo
no era como tú. Lucías seguro, confiado de ti mismo; pero de ningún modo
engreído. Tus pláticas eran desenfadadas y me tratabas como tu igual. Siempre
querías saber mi opinión y no me tratabas como una muñeca a la que hay que
consentir. Además...
_
¿Además?- la urgió a seguir hablando al ver que se detenía indecisa y se
sonrojaba.
_Además
me hacías sentir cosas que me habían enseñado que no sienten las mujeres
decentes. Eras dulce, tierno, galante, gentil, pero hablabas cosas que me
hacían y aún me hacen sonrojar de vergüenza y además tú no decías que ibas a
hacer algo. No, tú lo hacías porque sabías que era lo que querías y estabas
seguro de ello. Poco a poco empecé a desear estar contigo y escuchar tus
pláticas y después empecé a desear tus besos, tus caricias. Empecé a
comprenderte y a velar tus estados de ánimo y a estar contenta cuando tú lo
estabas y triste cuando te sucedía algo y a sentir que mi mundo se acababa
cuando no te tenía cerca porque solo a tu lado, entre tus brazos fuertes me
siento segura y protegida. Eres mi mundo Manuel, amo a mi hijo, pero tú eres
todo para mi.
_ Y tú
para mi- la atrajo y la besó con pasión- ¡No puedo vivir sin ti, no puedo! Eres
el aire que respiro, la luz de mis ojos, la sangre que corre por mis venas.
Eres todo lo que le pedí a la vida y mucho más que no merezco.¡Te amo
Matilde!¡Te amo con desesperación!
_ Y yo a
ti también te amo; Manuel- le correspondió beso por beso y caricia por caricia.
Ciudad
de México
La
oficina de Sixto Valdés se encontraba en una calle muy popular por los
comercios que allí se encontraban. Tiendas de ropas y calzado de hombres y
damas se alineaban a todo lo largo y eran de muy buen gusto. El local se
encontraba a mediados de calle y constaba de antesala amueblada con gusto y
sobria elegancia y donde un secretario recibía a los clientes tras un
escritorio que se encontraba cerca de la puerta de acceso a otro local donde trabajaba Sixto. Su oficina
estaba amueblada con un escritorio de caoba, dos sillas tapizadas de color
carmelita claro y un pequeño sofá del mismo color. A un costado se encontraba
un pequeño archivero con un florero lleno de margaritas que le daba un toque de
alegría al despacho.
Sixto
estaba inclinado sobre unos documentos cuando se abrió la puerta de su despacho
y apareció su secretario para anunciarle la visita de su prometida. Antonia
entró sonriente y se detuvo frente al escritorio lo que obligó a Sixto a
rodearlo para acercarse a ella y darle un tierno beso en el cuello.
_ ¿A qué
debo el placer de verte tan pronto hoy?- le preguntó entre asombrado y
contento.
_ Quise
pasar a recordarte que debemos pasar a ver la casa que te has empeñado en
comprar. El señor Cepeda nos espera a las diez- le contestó Antonia mientras le
miraba.
_ No lo
he olvidado. ¿Cómo podría olvidar algo tan vital para nuestra vida?- le dijo
mientras la abrazaba. El silencio de ella le indicó que otra vez volvían las
dudas- ¿Qué pasa?
_ Es que
tengo miedo de que te arrepientas, de que lo pasado en algún momento se interponga
entre nosotros y te arrepientas de esto- le confesó Antonia.
_ ¡Mírame
Antonia!- le tomó de la barbilla y la hizo mantener su mirada- Lo que sucedió
entre Manuel y tú es cosa del pasado. En su momento fue importante para ti y
eso hace que lo recuerdes, pero lo has superado y él también. Manuel es como mi
hermano y no le guardo rencor. Ustedes tomaron una decisión, vivieron una etapa
y esta ya terminó. Yo te amo por lo que eres y por como eres. Quiero que seas
mi mujer, la madre de mis hijos, mi compañera para toda la vida; pero si tú
tienes dudas o no me quieres, entonces solo puedo aceptar lo que decidas porque
nunca te forzaría a hacer nada que no quisieses. ¿Acaso no me amas?
_Si, si
te amo- respondió ella con firmeza- Si
dudo es porque tengo miedo de no ser digna de ti, miedo de hacerte quedar mal.
_ Tu
siempre estarás a mi altura porque yo te quiero y eres lo más importante para
mi.- la besó con ardor- Le mandé una carta a Manuel anunciándole nuestra boda.
_ ¿Crees
que venga?
_ Si no
hay nada que se lo impida estoy seguro que vendrá.
_ ¿Y
Doña Matilde?- inquirió temerosa
_ Estoy
seguro que también vendrá. Ella ya no te guarda rencor. Y bueno, mejor nos
vamos porque se nos hará tarde para nuestra cita.
San
Cayetano
Manuel
descansaba su cabeza en el regazo de Matilde que jugueteaba con sus cabellos
mientras se contaban cosas que habían pasado en el tiempo que habían estado
separados. La tarde caía y ninguno sentía deseos de regresar a la hacienda.
Había sido un día perfecto, especial y no querían que terminara nunca.
De
regreso y ya cerca de la casa Manuel le
dijo a Matilde:
_ Te
tengo dos sorpresas.
_ ¿Dos
sorpresas? ¿Qué son?
_ Si te
las digo ya no serían sorpresas. Ahorita que lleguemos las sabrás, más antes
quiero decirte que este día ha sido
maravilloso.
_Si. Ha
sido especial. Gracias Manuel.
Llegaron
a la hacienda y Manuel bajó de un ágil salto para volverse y tomando a su
esposa del talle bajarla al suelo mientras la besaba con pasión. Matilde estaba
encantada y esperó que su marido tomara la cesta del picnic y enlazados de la
cintura entraron en la casa.
Un
Manuelito alegre y con gritos de felicidad los recibió en el salón donde había
estado jugando con unos soldaditos bajo la vigilancia de Esperanza y Doña
Prudencia. Al ver a sus padres corrió hacia ellos y Manuel lo alzó por sobre su
cabeza para cargarlo y besarlo mientras Matilde le hacía cosquillas entre
risas.
_Papito,
mamita, ¿dónde estaban? Me desperté y ya no estaban- les preguntó Manuelito con
carita de reproche curioso.
_ Llevé
a tu mamá a ver un lugar especial. Quería que fuera bien temprano y tú estabas
dormido, por eso no te llevamos con nosotros- le contó Manuel y agregó- Otro
día nos acompañarás.
_ Si, mi
amor- le besó Matilde- ¿Te has portado bien?
_ Si
mamita
Entraron
en el salón con su hijo en brazos y Prudencia los saludó con una sonrisa y una
mirada evaluativa a su sobrina. Lo que vio la dejó satisfecha: Matilde tenía un
color envidiable y su rostro irradiaba una luz que la llenaba por completo.
Lucía radiante. Levantó la mirada hacia Manuel y le sonrió asintiendo con la
cabeza, él le contestó con un mismo movimiento. Se habían entendido.
_ ¡Tía!-
la saludó Matilde
_ Buenos
días, mi cielo. ¡Qué bueno que te encuentras bien!
_ Si, me
siento mejor que nunca- afirmó Matilde
_ Buenos
días, Manuel. No tengo la menor duda que es el responsable del cambio de mi
sobrina.
_ Eso
espero, Doña Prudencia- confesó el aludido- Y espero que la sorpresa que le
tengo la mantenga así por mucho tiempo. Por favor, vengan todos conmigo.
Todos
siguieron a Manuel por las escaleras al piso superior y por el pasillo pasando
el cuarto de los esposos y deteniéndose dos puertas más allá. Manuel puso a su
hijo en el suelo e inclinándose hacia él le susurró abriendo la puerta del
cuarto:
_ Espero
que te guste hijo.
Si tenía
alguna duda la exclamación de deleite de su hijo la eliminó por completo. El
cuarto había sido redecorado en tonos azules y verdes. Había estantes llenos de
juguetes que harían las delicias de cualquier niño. La cama de Manuelito estaba
en el centro de la habitación y lucía enorme para su tamaño actual pero el niño
crecería y le estaría perfecta y del otro lado estaba una un poco más pequeña,
pero igual de cómoda para la nana. En otro extremo de la habitación había una
réplica pequeña de un fuerte con sus muros y baluartes.
_ Manuel,
es precioso- exclamaron Matilde y Prudencia.
_ Espero
que Manuelito y Esperanza están cómodos aquí- explicó Manuel- Él es pequeño
todavía, por eso puse su cama aquí, Esperanza, pero dentro de poco la pasaremos
a otra habitación.
_
Gracias, señor, está perfecto así- agradeció la nana, deleitada.
_ Pero
todavía quiero que vean otra cosa- les comunicó Fuentes Guerra- Vengan.
Tomó a
Matilde de la mano y salió al pasillo para detenerse frente a la puerta más
cercana a sus propias habitaciones y que había sido su cuarto de soltero y
después y por breve tiempo el de Rosario. Se volvió hacia su esposa y le pidió:
_ Por
favor cierra los ojos
_ ¡¿Manuel?!-
se le escapó a Matilde entre la duda y la risa.
_ Confía
en mi. Esta es la otra parte de la sorpresa. Por favor cierra los ojos.
Cuando comprobó que le había obedecido, abrió
las puertas de la habitación y le hizo señas a Prudencia para que no hiciese
ruido. Hizo avanzar a su esposa y colocándose tras de ella le susurró al oído:
_ ¡Abre
los ojos ahora!
Matilde
obedeció y ante sus ojos apareció el más precioso cuarto para bebés que pudiera
imaginarse. Las ventanas tenían cortinas en todos los tonos pastel imaginados.
Había una pequeñita tina dorada para el baño del bebé. Una palanganita de
porcelana con su jarra de agua a juego una preciosa cunita blanca con un
delicado mosquitero de encajes, estantes con juguetes de madera y muñecos de
trapo preciosos. Una cómoda a juego con la cunita, un armario y un precioso
sillón completaban el mobiliario.
Prudencia
palmeó el hombro de Manuel con aprobación y salió. Era mejor dejar a solas a
los esposos. Manuel solo tenía ojos para Matilde que despacito recorría la
habitación rozando los muebles, las telas. Al llegar a un estante tomó un
payasito de trapo y lo abrazó contra su pecho de espaldas a su esposo. Manuel
inquieto por su silencio se acercó a ella y tomándola de los hombros:
_ ¿No te
gusta?- le preguntó con sus mejillas descansando en los cabellos de ella. Al
ver que no contestaba la volvió hacia él y vió los ojos de su esposa arrasados
en lágrimas de alegría
_
¿Matilde? ¿Por qué lloras? ¿Qué te pasa, qué tienes?- le preguntó asustado.
Matilde
lo miró a los ojos unos instantes y de improviso le echó los brazos al cuello y
lo besó en los labios dulcemente.
_ No me
pasa nada. Lloro de felicidad. ¡Gracias, Manuel, gracias!¡Nadie había hecho
algo tan bonito por mi nunca ¡- le contestó abrazada a él.
_ ¡Mi
Matilde! Cuando nació Manuel no estuve a tu lado y por todo lo pasado me perdí
sus primeros años y no pude darles a ti y a él todo lo que merecían. Ahora no
puede volver a pasar. Vamos a disfrutar a nuestros hijos juntos y desde el
primer momento.- le confesó y luego le preguntó-¿Entonces te gusta?
_ Me
encanta, es lo más hermoso del mundo. Eres tan lindo, Manuel y me consientes
tanto
_ Solo
trato de recompensarte por lo mucho que has sufrido y por lo mucho que me has
dado- le contestó Manuel besando sus cabellos con ternura.
Un
movimiento en la puerta llamó la atención de Manuel. Al mirar vio a Manuelito
parado en el umbral con su carita reflejando su perplejidad. Abrazó más fuerte
a Matilde con un brazo y extendió el otro hacia su hijo, que corrió hacia
ellos.
_ ¿Qué
ocurre mi amor? – le preguntó Matilde al ver la carita del niño
_ Mami,
¿es que voy a tener dos cuartos para mí? – quiso saber Manuelito que estaba
confundido al ver dos cuartos obviamente preparados para niños.
Manuel y
Matilde se miraron y echaron a reír al comprender que si hijo aún no sabía nada
del hermanito que venía en camino.
Tomando asiento en el sillón y sentando a Matilde en una de sus piernas, sentó
a su hijito en la otra y le explicó:
_No,
Manuelito, este cuarto no es para ti. Este lo hemos preparado para un nuevo
miembro de la familia que llegará dentro de poco. También es un niño, pero más
pequeño que tú.
_ ¡Ya sé
para qui
rosa / de francia