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Felipe Neri (Florencia, 21 de julio de 1515?Roma, 26 de mayo de 1595), llamado el Apóstol de Roma, fue el fundador de la Congregación del Oratorio, que constituyó la proyección de su espiritualidad y su singular creación dentro de las distintas corrientes espirituales del Cinquecento italiano.[1] Fue canonizado por la Iglesia católica unos veintisiete años después de su muerte. Su festividad se celebra el 26 de mayo.
Felipe fue hijo de Francesco y Lucrecia Neri, quien falleció cuando Felipe aún era un niño. Felipe tuvo dos hermanas menores, Caterina y Elisabetta Neri y un hermano que murió siendo aún muy niño.
Su padre, quien alternaba su profesión liberal con la de notario, mantenía gran amistad con los dominicos. Felipe Neri recibió muchas de sus primeras enseñanzas religiosas de los frailes dominicos del Monasterio de San Marcos de Florencia.
Felipe estudió humanidades. A la edad de dieciséis años, fue enviado a ayudar en los negocios a un primo de su padre en San Germano, cerca de Monte Cassino. Felipe, frecuentemente, se retiraba a una pequeña capilla de la montaña que pertenecía a los benedictinos de Monte Cassino. Fue aquí donde se acrisoló su vocación y, en 1533, resolvió marchar a Roma.
En Roma trabó amistad con Galiotto Caccia, un aduanero florentino, que le dio una habitación en su casa y la manutención a cambio de que emprendiera la educación de sus dos hijos. Mientras era tutor de los niños estudió filosofía en la Sapienza, y teología en la escuela de los agustinos y escribió la mayor parte de la poesía que compuso tanto en latín como en italiano de la que solamente algunos sonetos han perdurado.
Felipe se encontró en Roma con una Iglesia en donde el colegio cardenalicio era gobernado por los Médici, de suerte que muchos cardenales se comportaban más bien como príncipes seculares que como eclesiásticos. Parte del clero había caído en la indiferencia, cuando no en la corrupción y muchos sacerdotes no celebraban la Misa sino rara vez, dejaban arruinarse las iglesias y se desentendían del cuidado espiritual de los fieles. Al mismo tiempo, el pueblo romano parecía haberse alejado de la fe cristiana. La tarea de Felipe habría de consistir en reevangelizar la ciudad de Roma, por lo que un día se le llamaría el Apóstol de Roma. Felipe, aún laico, comenzó dirigiéndose a las gentes en mercados y plazas, e inició visitas a hospitales, induciendo a otros a acompañarlo.
Hacia 1544 estableció amistad con San Ignacio de Loyola, a quien quiso seguir como misionero en Asia, aunque finalmente desistió porque deseaba continuar con la labor iniciada en Roma, constituyendo el núcleo de lo que después se convirtió en la Hermandad del Pequeño Oratorio
Aunque Felipe rezaba principalmente en la iglesia de San Eustachio, muy cerca de la casa de Caccia, fue en las catacumbas de San Sebastiano donde tuvo lugar, en 1544, el que se conoce en la tradición cristiana como milagro de su corazón (su corazón creció de tal manera que algunas costillas se quebraron).
Durante sus últimos años de laico Felipe extendió su apostolado. En 1548, junto con su confesor, Persiano Rosa, fundó la Confraternidad de la Santísima Trinidad, conocida como la cofradía de los pobres, para ocuparse de los peregrinos y convalecientes. Sus miembros se reunían para la comunión, la oración y otros ejercicios espirituales en la iglesia de San Salvatore in Campo, y el propio Felipe introdujo la exposición del Santísimo Sacramento una vez al mes y difundir así la devoción de las cuarenta horas (adoración Eucarística).
El 23 de mayo de 1551, por mandato del propio Persiano Rosa, entró en el sacerdocio, y se fue a vivir a San Girolamo della Carità (San Jerónimo de la Caridad), donde la principal regla era vivir en caridad con sus hermanos. Entre los nuevos compañeros de Felipe, estaban Persiano Rosa y Buonsignore Cacciaguerra.
En 1559, Felipe comenzó a organizar visitas regulares a las Siete Iglesias, en compañía de sacerdotes y religiosos, así como de laicos. Estas visitas fueron la ocasión de una corta pero aguda persecución religiosa al haber sido denunciado como creador de nuevas sectas. El cardenal vicario le convocó y le reprendió, siendo suspendido de oír confesiones, pero al cabo de dos semanas quedó probada su inocencia ante las autoridades eclesiásticas.
En 1562, aceptó el cargo de párroco de la iglesia San Giovanni dei Fiorentini (la de los florentinos en Roma), sin embargo, como se resistía a abandonar San Girolamo, permaneció en este templo a pesar de convertirse en párroco de San Giovanni. Durante el año jubilar de 1575, San Felipe Neri impulsó las bases del futuro programa urbanístico del Papa Sixto V en Roma con un proyecto de itinerario, la peregrinación a las siete iglesias más importantes de la ciudad a pie atravesándola para lograr la indulgencia plena.
La Hermandad del Pequeño Oratorio fue creciendo y en 1575 fue formalmente reconocida por Gregorio XIII como la Congregación del Oratorio, y se le concedió la iglesia de Santa María in Vallicella, donde los religiosos se instalaron en 1577, año en el que inauguraron la Chiesa Nuova, construida en el sitio de la vieja Santa María, y donde trasladaron los ejercicios a un nuevo oratorio, aunque Felipe permaneció en San Girolamo hasta 1583, dejando entonces su viejo hogar e instalándose en Santa María de Vallicella. En 1593 dimitió del cargo de superior que le había sido conferido de por vida.
La personalidad de Felipe atrajo al cardenal Felice Peretti, quien al convertirse en el Papa Sixto V, en 1590, deseó nombrar cardenal a Felipe Neri, pero él no aceptó.
María Ana de Paredes Flores nació el 31 de octubre de 1618 en la ciudad de Quito, hoy capital de la República del Ecuador y por aquel entonces de la Real Audiencia homónima, perteneciente al imperio español. Su padre fue el capitán Jerónimo de Paredes Flores y Granobles, y su madre la aristócrata Mariana Jaramillo, descendiendo por línea paterna de conquistadores españoles a los que la Corona reconoció con su propio escudo de armas.[1] Huérfana desde los siete años, fue tutelada por su hermana mayor, de nombre Jéronima y su esposo, el capitán Cosme de Miranda, quienes la criaron como hija suya y comprendieron su inclinación hacia la vida penitente.[2]
A temprana edad dio muestras de una precoz vida religiosa y de caridad hacia los pobres, invitando a sus sobrinas (de su misma edad) a rezar el rosario, hacer el viacrucis, evangelizar paganos y ayudar a los indigentes.[3] Ayudada por su cuñado, en dos ocasiones intentó ingresar sin éxito a la comunidad religiosa, por lo que decidió servir a Dios de manera laica, viviendo en una habitación que se le construyó en el solar que había heredado su hermana Jerónima[1] y que hoy corresponde al coro del monasterio de El Carmen Alto. Su primer guía espiritual fue el jesuita Juan Camacho, quien la motivó para hacer el voto de virginidad perpetua.[2]
María Ana tenía dotes innatas para la música, por lo que tocaba hermosamente la guitarra y el piano, además de que poseía una armoniosa voz que compartía a través del canto. Había aprendido a leer, coser, tejer y bordar, lo que le permitía mantener su tiempo ocupado y lejos del pecado de la ociocidad.[3] Se propuso cumplir aquel mandato de Jesús: "Quien desea seguirme que se niegue a sí mismo", y desde niña empezó a mortificarse en la comida, en el beber y dormir. Con frecuencia se retiraba a practicar penitencia en su habitación, la cual despojó de todo mueble con excepción de un ataúd y una calavera que le recordaban que iba a morir y tendría que rendir cuentas a Dios; en él dormía varias noches cada semana, y el tiempo restante lo tenía lleno de almohadas que semejaban un cadáver.[1]
Entre sus guías espirituales más célebres se encontraba el padre Hernando de la Cruz, quien realizó un hermoso retrato de la joven y le dedicó un poema. El 6 de noviembre de 1639, y por consejo de sus confesores, se hizo terciaria de San Francisco de Asís (ya que en la Compañía de Jesús no hay tercera orden, como ella tanto hubiera deseado).[2]
Murió el viernes 26 de mayo de 1645, a la temprana edad de 27 años. Se encontraba acompañada en sus aposentos por tres sacerdotes jesuitas que la habían cuidado durante sus últimos días. Su entierro fue precedido por un inmenso cortejo fúnebre, y a la misa acudieron los más importantes personajes de la ciudad, así como cientos de pobres a los que alguna vez había ayudado.
En Quito ocurrieron un conjunto de movimientos telúricos que destruyeron varias casas y ocasionaron la muerte de algunas personas, por lo que un sacerdote de la iglesia de La Compañía dijo durante un sermón: "Dios mío, te ofrezco mi vida para que se acaben los terremotos". A lo que Mariana respondió: "No, Señor, la vida de este sacerdote es necesaria para salvar muchas almas, en cambio yo no soy necesaria. Te ofrezco mi vida para que cesen estos terremotos". La gente admiró el sacrificio que ofrecía la joven, y aquella misma mañana al salir del templo ella manifestó que comenzó a sentirse muy enferma, hecho que coincidió con el cese de los movimientos telúricos de acuerdo a la crónica de la época.[2]
Es conocida como la Azucena de Quito por un suceso sobrenatural que le es atribuido: durante la convalecencia de la enfermedad que le aquejaba tras el sacrificio ofrecido, parte de los tratamientos médicos consistían en sacarle sangre que la muchacha de servicio echaba en una maceta del huerto, y en la misma nació días después una bellísima azucena. Es por eso que en la mayor parte de sus representaciones aparece con ésta flor entre sus manos o cerca de ella.[3]
Se dice que la joven recibió el don de conocer el futuro, por lo que predijo entre otras cosas, el día de su propia muerte.[3]
Fue beatificada el 20 de noviembre de 1853, por el Papa Pío IX y canonizada el 4 de junio de 1950 por Pío XII, siendo la primera santa ecuatoriana y considerada como patrona de su país natal. Su festividad se conmemora el 26 de mayo.
El 30 de noviembre de 1945, la Asamblea Nacional Constituyente de Ecuador le otorgó el título de Heroína de la Patria basados en el sacrificio ofrecido para el cese de los terremotos que asolaban la Sierra en el siglo XVII. Se encuentra enterrada en el altar mayor de la iglesia de La Compañía, cobijada por una bandera nacional y en un féretro de latón tallado y dorado con pan de oro.
Una escultura con su imagen, obra del ecuatoriano residente en Carrara, Mario Tapia, se encuentra en la fachada posterior de la Basílica de San Pedro del Vaticano. La figura se encuentra junto a otras catorce representaciones de santos como Brígida de Suecia, Catalina de Siena y María Josefa del Corazón de Jesús. La santa quiteña es, junto a la chilena Teresa de Los Andes, la única latinoamericana en decorar la catedral mayor del catolicismo.[4]
.La Gran Vía, para los barceloneses, aunque su nombre es Gran Vía de les Corts Catalanes (GV de las Cortes Catalanas), es una de las más largas y emblemáticas vías de la ciudad. Tiene un recorrido de 13 Km, su numeración llega hasta el número 1198 y atraviesa toda la ciudad.
De mis secretos deseos
de mi
manera de ser
de mis
ansias y mis suenos
que sabe
nadie
que sabe
nadie
de mi
verdadera vida
de mi
forma de pensar
de mis
llantos y mis risas
que sabe
nadie
que sabe
nadie
que sabe
nadie
lo que me
gusta o no me gusta de este mundo
que sabe
nadie
lo que
prefiero o no prefiero en el amor
a veces
oigo sin querer algun murmullo
y no hago
caso y yo me rio y me pregunto
que sabe
nadie
si ni yo
mismo muchas veces se que quiero
que sabe
nadie
por lo
que vibra de emocion mi corazon
de mis
placeres y mis intimos deseos
que sabe
nadie
que sabe
nadie
de
aquello que me preocupa
que no me
deja dormir
de lo que
mi vida busca
que sabe
nadie
que sabe
nadie
de porque
doy siempre el alma
cuando me
pongo a cantar
de porque
mis carcajadas
que sabe
nadie
que sabe
nadie
que sabe
nadie
lo que me
gusta o no me gusta de este mundo
que sabe
nadie
lo que
prefiero o no prefiero en el amor
a veces
oigo sin querer algun murmullo
y no hago
caso y yo me rio y me pregunto
que sabe
nadie
si ni yo
mismo muchas veces se que quiero
que sabe
nadie
por lo
que vibra de emocion mi corazon
de mis
placeres y mis intimos deseos
que sabe
nadie
lo que me
gusta o no me gusta de este mundo
que sabe
nadie
lo que
prefiero o no prefiero en el amor
a veces
oigo sin querer algun murmullo
y no hago
caso y yo me rio y me pregunto
que sabe
nadie...
Buenas noches chicas,
hoy se hizo algo tarde.
Espero que hayáis
pasado un lindo miércoles.
Gracias por vuestras
aportaciones.
Os deseo a todas
colaboradoras y visitantes un feliz jueves.
Besos desde Andalucía
Mercedes
Soledad, Fina y Mercedes, gracias por mantener este tema tan hermoso con sus aportes.
Fina, entre las anécdotas de San Felipe de Neri que más me gustan está la del pecador que luego de confesarse con él, le recuerda al santo que no le había dado la penitencia. San Felipe le responde, con gran sencillez, que su penitencia era ser feliz. ¡Difícil la tarea pero buenísima la recomendación!
Feliz jueves, con abrazos colungueros, para tod@s l@s que pasen por esta salita.
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